El conflicto y las formas de afrontarlo, son fuente de unión entre personas, por ejemplo, en este congreso de Gasteiz en el que interviene Xesús Jares:
«En todo lo que hay vida, hay conflicto», afirma Xesús, que ha coordinado un estudio en centros de secundaria en Galicia.
«Escribe tres palabras asociadas al conflicto», es un ejercicio que pide Xesús a los alumnos y profesores que participan en el estudio. Las respuestas son invariablemente negativas: guerra, violencia, dolor, agresión...
Las mías no son más positivas, creo: tensión, frustración, inequidad.
Pero, ¿es siempre negativo? No solo no siempre lo es, sino que, bien manejado, el conflicto podría llegar a ser siempre positivo.
La no violencia y la investigación para la paz son fundamentales para reorientar el conflicto, de modo que podamos convertirlo en un objetivo en sí mismo. Se convierte así en un recurso para trabajar temas muy variados y para aprender esa parte de la inteligencia emocional y social que nos ayudará a sacarle partido.
«No podemos separar "conflicto" de educación», «"conflicto" está ligado a democracia». El éxito de la vida y de una profesión como la de educador, maestro o profesor, depende siempre de la capacidad para resolver conflictos, y esto es algo que, por lo general, no se enseña en las facultades. Habría que abordar este reto en el sistema educativo superior, el que forma a los formadores.
Y hemos de ser conscientes de que un educador, queriendo o sin querer, transmite una serie de valores al desarrollar su labor docente. Esto es algo que no podemos olvidar y que debemos aprovechar, minimizando los riesgos que conlleva (cada desliz será anotado en el subconsciente del alumnado). Si sabemos crear grupo, si sabemos unir a los alumnos y a los compañeros, no haremos desaparecer el conflicto, pero sí incrementaremos las probabilidades de resolución del mismo. Además, el tipo de conflicto en un grupo en el que hay relaciones de cariño, respeto, cortesía, etc., será bien distinto.
Hay, pues, que trabajar en esta línea.
Es interesante, también, cómo afecta al comportamiento y relaciones de profesorado y alumnado, el hecho de que sientan o no el centro como propio. Se trata, en realidad, de lo mismo, de esa sensación de ser grupo. Y es que educar es un acto de amor.
No obstante, es necesario aplicar la disciplina. No podemos demonizarla, lo que parece una moda. Hay unas normas básicas, quizá no escritas, que son imprescindibles para la convivencia pacífica. La cuestión aquí es distinguir entre esas conductas o esos problemas y la propia persona que los comete y los causa. Gandhi decía «sed duros con los problemas, pero sensibles con las personas».
Así, Xesús propone construir las normas de clase implicando al alumnado, razonando con ellos, negociando y haciéndoles partícipes. La redacción de estas normas debe ser democrática y abierta, continuada durante todo el curso. Las normas son sencillas, básicas, se escriben en función de las circunstancias, pero se hacen amplias a sí mismas, de modo que conforman una guía, unas pautas para que haya una armonía sana en el aula.
«Si difiero de ti, en lugar de perjudicarte, te hago crecer»
(Antoine de Saint-Exupéry)
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